viernes, 15 de febrero de 2008

El rapto de Europa (versión Antro)

Saludos, bichitos. Lo primero algo de auto promoción. He abierto un foro. Tiene más visitas que este blog, seguramente, pero igual dejo el link aquí, por si os queréis unir a Los anti-flamers.

Ahora, lo siento en mi corrupta alma, pero no habrá historia sobre Astarot. Ese tipo no tiene vida virtual lo bastante interesante para entretener una patata y no quiero aburiros. Pero traigo más historias, como prometí. Está está dedicada a mi compañero de foro y a estas alturas amigo, Dark Hunter. Que la disfrutes.

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El rapto de una diosa

En el Antro se celebraba una gran fiesta. Era el décimo Aniversario de la Diosa como líder del Imperio y sus súbditos disfrutaban sin inhibiciones entre música, vino a raudales y danzas sensuales de las jóvenes más guapas del lugar, como Esmeralda o Maru Hellen. Esfinge sonreía desde su trono en lo alto de tres escalones a los que nadie tenía permiso a acercarse exceptuando a sus acompañantes, la Implacable Lady Drama y la dulce pero letal Candy. El único que mantenía su posición era el leal general Astarot, más conocido como el hombre de hielo, que permanecía junto a las puertas, en guardia. A su lado, siempre camuflada, la espía Imperial, Black Rose, contemplaba el festejo sin mucho interés. Ella prefería las batallas, no las celebraciones, no por nada la llamaban Black la Sanguinaria. El resto de soldados se habían acercados embobados para observar las danzas de las doncellas, incluidas la mujeres, que bebían y reían intentando imitar los pasos del extraño baile. Y nadie parecía captar los inquietantes presagios que traían las brumas de la noche.

Entrada ya la madrugada ocurrió. Un enorme toro negro atravesó las puertas imperiales raudo y desarmó al desprevenido general, para hacerse paso por entre la ebria muchedumbre hasta el sillón del trono. A lomos del fiero animal cabalgaba un ser oscuro, completamente encapuchado, larga capa volando a cada paso de la bestia. Esfinge lo vio antes de que la alcanzara, pero, sorprendentemente, no hizo nada por detenerle. Se oyó un rugido estremecedor, la cornamenta del animal se alzó y el intruso tomó a la Diosa para subirla a lomos del toro junto a él. Y así desaparecieron, dejando una aturdida y consternada muchedumbre tras ellos.

Ya lejos del reino, cabalgando a gran velocidad: Esfinge desmelenada por el viento y sus elegantes ropas volando tras ellos, la Diosa sonreía por a aventura que estaba viviendo. Tanto había deseado algo de acción… Lo cierto era que la divinidad se aburría en el Antro, amaba a sus súbditos, pero aquello no era suficiente para el fiero carácter de un dios. Se agarró a la cintura de su captor enmascarado y le susurró por encima del viento:

- Me has secuestrado. Tu castigo debe ser la muerte. Pero antes de entrar en combate, dime tu nombre.

El hombre se giró y dejó caer la capucha.

-No tengo intención de combatir contigo, mi Diosa. Sólo honrarte como mereces. Como nadie ha podido honrarte jamás. Mi nombre es Dark Hunter.

Satisfecha por la respuesta, Diosa sólo le sonrió y a él le pareció la sonrisa más mágica y misteriosa que hubiera visto nunca.

Al alba, el animal estaba ya cansado pero había cumplido su cometido, dejando a su dueño en la entrada de una oscura cueva.

- Este es mi hogar.

-Creí que vivías con tu… manada –sonrió Esfinge con malicia, dejando claro que sabía quién era y de dónde procedía su secuestrador.

- Sí. Pero este es un lugar especial que nadie conoce. Acompáñame.

Le tendió la mano y ella la tomó para de los lomos del toro. Ambos se internaron en la cueva. Dark Hunter hizo un gesto con la mano y la luz brilló, alumbrando hasta el último rincón de la guarida. Esfinge se maravilló al ver aquel poder.

- ¿Eres un dios? –inquirió sorprendida.

Él sonrió, orgulloso.

- No. Pero tampoco soy un mortal.

Esfinge no preguntó más, amaba los misterios, y su mirada se perdió en las largas paredes de pared dorada que parecían no tener fin. En el centro de lo que ahora podía verse como una sala, una gran estatua la representaba a ella. Esfinge, la Diosa. Era alta y hermosa, su porte majestuosa y amenazante, en la mano derecha su Tridente de Poder. Alrededor de la misma había antorchas encendidas e incienso: aquel parecía un lugar de culto. Asombrada, volvió a observar las paredes con mayor detención. Todos los motivos, cada dibujo, cada pintura le eran dedicadas a ella: Esfinge derrotando enemigos, Esfinge liderando la quema de Mary Sues, Esfinge, con su largo cabello al viento, asesinando trolls de las cavernas y serpientes que trataban de derrocar su reino. Esfinge gobernando su Imperio. En la última pintura, casi al final del mural, el artista había retratado a la Diosa entregándose a un hombre. Pero no era un ser común, su larga capa negra ondeaba cubriendo el blanco y esbelto cuerpo de su ardiente amante y sus ojos eran rojos. Rojos, como los de su recién descubierto captor, Dark Hunter.

La Diosa volvió a mirarlo buscando un gesto peligroso en aquel rostro extraño, pero sólo encontró adoración y una leve expectación. Su sonrisa regresó al divino rostro. Quizás aquel artista fuera también un profeta…

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¿Seguirá? Lo dudo, porque habría que meterle algo de lemon y no queremos ofender a nuestros recién adquiridos amigos del Antro. XD Auqnue si La Sanguinaria Black Rose nos ofrece un permiso de la Diosa por escrito y firmado con sangre divina... presionado, pero intentaré algo de lime para ir practicando. Eso no se me da mucho. Aunque ya digo que lo dudo, así que no os hagáis ilusiones.

jueves, 7 de febrero de 2008

Esfinge y el Imperio del Mal

La siguiente historia está adornada para quedar más interesante, pero está basada por completo en hechos reales.

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Erase un tiempo lejano, era de dragones y doncellas, caballeros y reyes. Erase también un reino poderoso, odiado por todos sus vecinos, temido por muchos de ellas. Se proclamaban el Imperio del Mal y tenían una Diosa por reina, arrogante, soberbia y cruel. Dicen que también hermosa, aunque pocos han sido los honrados de ver su rostro. Esfinge era su nombre.

El reino del Mal contaba con un gran ejército, siervos devotos de la divinidad reinante, que luchaban y mataban por ella sin piedad. A la cabeza de los combatientes se hallaba el General Astarot, veterano luchador que ayudó a formar el Imperio y por ello gozaba de gran fama. A sus órdenes tenía dos capitanes: Aset y Atemu, bravos guerreros y apuestos soldados.

Aunque el Imperio era una tiranía, a la Diosa le gustaba contar con los consejos de sus doncellas. Esmeralda, D.D. y SCR conformaban su consejo dirigente. Otras jóvenes que habían mostrado su crueldad en batallas contra los enemigos también gozaban del favor de la Diosa y se intuía que pronto entrarían a formar parte de su círculo de elite: Lady Drama (la implacable) o Candy (la “dulce”), por ejemplo. Había también miembros menos bendecidos (por no decir maldecidos) que convivían en el reino ajenos a su deplorable situación.

Cada luna llena, Esfinge organizaba fiestas durante toda la noche, donde jóvenes doncellas y valerosos caballeros danzaban y festejaban hasta que el amanecer se habían formado muchas nuevas parejas. La propia Diosa contemplaba estas celebraciones y disfrutaba del espectáculo desde su trono de terciopelo.

Pero Esfinge tenía una grave y oscuro secreto: si antes de la séptima luna llena no lograba encontrar una pareja satisfactoria, todos sus poderes divinos le serían arrebatados, convirtiéndola en una simple mortal. Nadie del reino conocía esta terrible verdad, pues la Diosa no se fiaba de sus súbditos y temía que alguno intentara arrebatarle el poder. Lo cierto es que ella ya había elegido, ¿quién mejor que el más grande de los guerreros del Imperio para compartir su reinado? Pero el General Astarot no parecía interesado o al menos no se daba por enterado de las insinuaciones de la reina y una Diosa jamás podía ofrecerse a un hombre abiertamente, eso sería una humillación para ella. Y así pasaron las lunas en vano para el triste corazón de la reina hasta que llegó la última y fatídica noche.

En su juventud, Esfinge tenía una gran amiga, joven e inocente, pero la reina confiaba en ella y su amistad era inquebrantable. En aquella noche funesta, su compañera Idune le propuso a Esfinge un plan.

- Elige a otro, amiga, no permitas volver a ser mortal. Sé de alguien que te desea. Yo también me emparejaré esta noche. Todo será perfecto –dijo entusiasmada la joven.

La Diosa no dudó y observó hacia donde Idune le señalaba: los capitanes Aset y Atemu. A ella le agradaban ambos, no tanto como Astarot, que era su amor secreto, pero lo bastante como para decidirse y conservar su divinidad.

- Aset sería para ti, si te gusta –sugirió la muchacha tímidamente. – A mí me gusta mucho Atemu –confesó.

La Diosa, a quien a fin y al cabo lo mismo le daba, aceptó y aquella noche de séptima lucha llena el festejo fue especial, pues la reina al fin se había unido a un mortal.

Durante meses todo marchó bien, el pueblo era feliz por el suceso y la diosa disfrutaba de su elegido. Pero las divinidades son caprichosas y ansían lo ajeno. En una tarde de paseo entre ambas parejas, que tenían por costumbre tomar el aire y disfrutar del hermoso paisaje del reino, Atemu se acercó a Esfinge mientras su parejas no miraban. Susurró palabras prohibidas en su oído, de lujuria y deseo incontenible. La Diosa se sintió halagada. Y aquella noche ambos compartieron las habitaciones reales entre gemidos y jadeos prohibidos, indiferentes a la traición que cometían contra sus mejores amigos.

Aquella situación duró algún tiempo pero Atemu era ambicioso y quería ir más lejos, deseaba ser el elegido para el trono al lado de su amante. E Idune, una joven bondadosa pero inteligente, vio que su pareja había cambiado. Observó las miradas de fuego que compartía con Esfinge, la forma en la que le hablaba, sus desapariciones misteriosas. Y lo supo, que su amor la había traicionado. Que su mejor amiga había sucumbido a la tentación de la vanidad y la lujuria. Con tristeza y rencor en el alma, Idune se retiró sin despedirse del reino que la había albergado toda su vida en un viaje solitario que duró largos años hasta que se la vio de nuevo en el Imperio.

Con su joven competidora fuera de juego, Esfinge tuvo camino libre para jugar y divertirse con ambos capitanes a voluntad, prometiéndoles ser los únicos algún día. “Aset, eres mi amor”, decía. “Atemu, serás mi elegido”, prometía. A la Diosa no le importaba mentir para obtener el placer de la compañía de los caballeros más atractivos de su reino.

Pero entonces llegó Él. Nadie le conocía. Un encapuchado misterioso que decía venir de tierras lejanas en busca de acogida, pues había sido exiliado de su hogar. Muchas doncellas suspiraron al verle pasar pero ninguna llegó a alcanzarle, pues fue en el Palacio donde se quedó. Prendada por su belleza extraña, Esfinge le aceptó en el Imperio como invitado y esa misma noche como amante en su lecho. Al poco tiempo, por todo el reino se rumoreaba que la Diosa al fin había encontrado un rey y que su nombre era Ethmir. Heridos y humillados por el trato recibido, Aset y Atemu decidieron abandonar sus puestos en el ejército y marchar por separado en busca de nuevas misiones lejos del reino de la mujer que tan cruelmente les había despreciado.

Pero lo cierto es que la Diosa seguí sin rey que la acompañara en el trono Ethmir era su amante y ella le apreciaba de veras, pero él no podía comprometerse a cuidar de un reino debido a sus frecuentes misiones secretas de las que nadie sabía nada y qye le llevaban a tierras lejanas, por lo que el Imperio seguía con una sola líder.

En vista de la complejidad en encontrar u compañero, Esfinge se decidió por otra opción: crear una Tríada. Sabía que dos líderes, a menos que fueran pareja, acabarían creando desequilibrio en el reino, así que escogió dos compañeros. Una fue Miyazawa, líder de un Imperio aliado en quien podía confiar. El otro fue Astarot, elegido por la fuerza (si bien tampoco hubo muchas quejas por su parte), alegando que nadie más podía ocupar aquel puesto.

Y así es cómo se rige ahora el Imperio del Mal. Aparentemente reina la estabilidad pero hay roces internos que se encubren y discordias que la Diosa oculta con su largo manto negro.

Pero, ¿podrá ocultarnos la verdad durante mucho más tiempo?

Y en próximos capítulos: Las verdades de Astarot, el hombre de hielo.